"Yo creo que nada hay más radical contra la carrera armamentista
que sentarse en el suelo, cruzar los brazos
y dejar que el tanque te pase por encima"
(Víctor Manuel San José, 1986)
Corría el año 1989. Era abril, el mes en que la primavera se despereza definitivamente y da paso a las lluvias y a las flores. George H. W. Bush cumplía su quinto mes de mandato, y lo celebraba cerrando un acuerdo de cooperación militar con Japón. Mientras tanto, la Unión Soviética empezaba a olfatear el principio del fin, con una Polonia que afrontaba los comienzos de su democratización a la vez que el Ejército Rojo aplastaba una revuelta insurgente en Georgia.
Justo a mitad de mes ocurrirían dos acontecimientos que cambiarían mucho más de lo que todos pensamos: el Sheffield, Inglaterra, 96 personas morían en un estadio de fútbol aplastadas contra las vallas de seguridad –menuda incogruencia– por una avalancha. Al otro lado, en la República Popular China, un grupo de estudiantes universitarios salían a la calle sin saber que iban a marcar un antes y un después.
Deng Xiaoping, durante muchos años considerado disidente y sometido a expatriación y penas de prisión, logró, a finales de los años setenta, alzarse con el poder al poner fin a la Revolución Cultural de Mao. Su política se centró, fundamentalmente, en las reformas de calado económico, adelantándose con ello a la Unión Soviética, que seguía empeñada en denegar el acceso al mercado libre. Con él China abandonó su papel de país pobre, aunque también reafirmó el carácter autoritario del gobierno.
Como buen líder, a Xiaoping le había salido un sucesor: Hu Yaobang. Al igual que Xiaping, Yaobang era de corte reformista, lo que le hizo ganarse el respeto y adoración de los más jóvenes. En 1987 fue forzado a dimitir, debido a que no había sido capaz de contener las protestas estudiantiles del año anterior. A pesar de ello, siguió manteniendo un vínculo muy fuerte con la población.
El 15 de abril de 1989, Hu Yaobang falleció de un infarto de miocardio. La lentitud de las autoridades para poner en marcha una ceremonia nacional de despedida hizo que muchos se lanzaran por su cuenta a la calle. Uno de los lugares más concurridos fue la Plaza de Tian'anmen, en Pekín, donde estudiantes y proletarios se confundían en una misma masa de personas.
El carisma de Yaobang no había pasado desapercibido. Por ello, los estudiantes aprovecharon para recordar algunas de las reformas que el líder recientemente fallecido no había podido llevar a cabo y transformaron la manifestación de luto en una protesta contra el autoritarismo del Gobierno y del Partido –que, a fin de cuentas, eran y son lo mismo–. Por su parte, los trabajadores lanzaban su propio mensaje, criticando las reformas por el aumento de la inflación y el desempleo, antaño desconocidos por la mano interventora del comunismo.
La presencia policial, lejos de aplacar los ánimos de los manifestantes, los intensificó. Las protestas se prolongaron durante días, y sólo el 26 de abril, y luego de muchísimas deliberaciones en el seno del Partido, Deng Xiaoping acusó a los estudiantes de crear revueltas. Si el 29 de abril, a raíz de este discurso, los tumultos concentraban a 50 mil estudiantes, hacia el 4 de mayo se había duplicado la cifra. Los cien mil universitarios clamaban por la libertad de expresión, algo que las Autoridades rechazaron de plano. A pesar de todo, las protestas en Tian'anmen eran pacíficas, basadas en el pronunciamiento de discursos y en el mantenimiento de una huelga de hambre colectiva. Mientras tanto, universitarios del resto del país llegaban a Pekín para sumarse a los insurgentes.
El 20 de mayo se declaró la Ley Marcial, lo que facultaba al ejército a disolver las protestas. Sin embargo, no hubo presencia efectiva de los cuerpos de seguridad en la siguiente semana. El 30 de mayo, con el conflicto seguido mediáticamente a nivel mundial, los estudiantes de Bellas Artes erigieron una estatua, que asignaron a la diosa de la democracia. Casi al mismo tiempo comenzaron a llegar los primeros soldados y tanques, que conminaron a los manifestantes a disolver la multitud; como éstos mantuvieron su postura, el ejército decidió actuar con violencia.
Cientos de rebeldes murieron en los primeros ataques, al igual que muchos militares, que tuvieron que enfrentarse cuerpo a cuerpo con los manifestantes allí concentrados. El ejército, siguiéndo órdenes del Gobierno, aplicó toda la fuerza disponible, provocando un saldo de fallecidos que osciló entre los 2.600 que estimó la Cruz Roja y los cuatro mil que calculó la Universidad de Tsinghua, mientras que las Autoridades reconocían sólo un par de centenares.
El final de las protestas
La protesta vivió su punto de mayor agresividad el 4 de junio. Al día siguiente la plaza de Tian'anmen parecía un lugar sosegado, de no ser por los restos de la batalla campal y por la columna de carros de combate que desfilaban por la misma.
Fue aquí donde se escribió, posiblemente, el hecho más destacado de estos sucesos: un viandante, que parecía venir de un supermercado, se detuvo frente a un tanque. El vehículo trató de esquivarlo, pero el manifestante solitario dio un paso al costado para cerrarle el camino; posteriormente se sentó en el suelo, manteniendo así el bloqueo al vehículo y, finalmente, se subió al mismo y forcejeó con el conductor. Pocos minutos después fue detenido y nunca más se supo de él.
Las purgas
El Gobierno chino inició una persecución contra los manifestantes una vez finalizadas las revueltas. Se dice que los obreros manifestantes fueron detenidos y ejecutados, mientras que muchos estudiantes, hijos de familias influyentes, fueron condenados "sólo" a penas de prisión menores de diez años.
En el Gobierno, Zhao Ziyang fue expulsado al oponerse a la aplicación de la Ley Marcial, mientras que el alcalde de Pekín, muy involucrado en la disolución de las manifestaciones, fue recompensado con el cargo de presidente de la República. También fueron purgados la mayoría de los periodistas chinos que cubrieron los sucesos, principalmente por su apoyo a la causa de los manifestantes.
Las consecuencias políticas
Las protestas de Tian'anmen ocasionaron una fuerte erosión al sentimiento de liberalización que habían generado las políticas reformistas de la China de Xiaoping en los años ochenta. En efecto, y aunque los ciudadanos habían adquirido muchos derechos durante esa década, el clamor por las manifestaciones provocó que la reputación del Gobierno cayera muchos enteros.
Muchos analistas internacionales trataron de encontrar un parangón entre el derrumbe en ciernes de la Unión Soviética y una probable caída del comunismo chino. Sin embargo, no contaban con que ambos modelos eran muy distintos, principalmente porque el poder federalizado de los soviéticos estaba provocando la ruptura del país, mientras que China mantenía una fuerte centralización sin apenas delegación de funciones.
En materia política se intentó una regresión económica que no fructificó; la caída de la Unión Soviética dos años después también frenó la toma de decisiones, lo que conllevó al Partido a mantener la misma línea de antes de las manifestaciones. Por otra parte, la erosión inicial de la imagen del Partido pronto se suavizó por el apaciguamiento de los protestantes, que se fueron disolviendo al no tener un vínculo ideológico común.