lunes, 30 de mayo de 2011

Dinero

Llevo algún tiempo dándole vueltas a una idea que no me abandona la cabeza. Es sobre el dinero, sobre su razón de ser y sobre el papel preponderante, casi monopolístico, que ha alcanzado en nuestra vida.

Alguno tendrá ahora la tentación de llamarme comunista, anarquista, antisistema o cualquier otro calificativo político de similares características. Para contentarme y contentarse, bastará con que me diga "rojo". Así ninguno se equivoca.

Aviso, es un ladrillo de consecuencias imprevisibles. Allá voy:

Podemos definir el dinero como un instrumento que permite valorar la riqueza generada por cada persona o empresa. Esa riqueza generada permite, a su vez, acceder a bienes o servicios tasados con un precio; por precio podemos entender la contraprestación que exige el proveedor por el esfuerzo realizado, la riqueza invertida y el valor que generará al comprador.

Partiendo de esa premisa, podríamos ser benévolos y entender que el dinero es, por tanto, un instrumento objetivo y, por tanto, útil.

Comparemos el dinero con unas herramientas cualesquiera de carpintería. Cuando cualquiera de nosotros busca en la caja de herramientas de nuestra casa, se dará cuenta de que tenemos las más elementales. Aunque existan cientos de herramientas a nuestra disposición en la ferretería, nos bastaremos con una decena de ellas; por practicidad, por necesidad y por optimalidad. En otro caso, no nos bastaría con una caja de herramientas, sino que necesitaríamos un almacén; nos veríamos obligados a conocer el funcionamiento de todas y cada una de ellas; y, lo que es peor, ya que tenemos tantas herramientas, acabaríamos por intentar hacer cualquier cosa con ellas.

Eso es exactamente lo que ha ocurrido con el dinero. De ser un instrumento de valoración de riqueza ha pasado a ser un instrumento de valoración de nuestra vida. Y lo que es peor, un instrumento con lo que se valora hasta lo invalorable. Y con el agravante de que la prioridad que a todos se nos ha interiorizado es la necesidad de acumular la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible.

Se ha considerado, por tanto, que lo moralmente aceptable es incrementar nuestra riqueza, incluso quebrando escalas tradicionales de la moralidad, ya que ello nos facilitará la obtención de más bienes y servicios. Es cierto. Tendremos esa facilidad.

Pero entonces ya estamos rompiendo con la consecuencia del propio dinero. Dado que es un instrumento impuesto en todos los ámbitos de la vida, su uso se desvirtúa y deja de ser objetivo. Deja de ser objetivo porque se abusa de su propia definición. Y dado que modifica nuestra escala de valores, primando la generación de riqueza por encima de otros elementos (algunos relacionados con la propia supervivencia), también desaparece su objetividad. Y como deja de ser objetivo, deja de ser útil. Y es cierto: al obsesionarnos con el dinero nos olvidamos de muchas otras cosas no sólo deseables, sino necesarias. El dinero deja de ser una utilidad para pasar a ser un estorbo. Un estorbo que no nos podemos quitar de encima.

No hay que discurrir mucho para darse cuenta de simplezas tales como la valoración de las consecuencias de una catástrofe a través de cifras económicas: siempre se mide en términos dinerarios. Las muertes sobrecogen los primeros días, pero a partir de ahí sólo se atiende a la riqueza que se pierde, o peor aún, que se deja de generar.

No hace falta ser un intelectual para observar las enormes críticas que la guerra genera a nivel económico. Se compara el presupuesto militar con los correspondientes a otras partidas. ¿Y dónde está el mero hecho moral de favorecer el asesinato de otras personas y la siembra del terror en territorio ajeno, muchas veces para satisfacer económicamente a un grupo reducido de beneficiarios?

No es necesario razonar mucho, siquiera, para indignarse ante los gestores públicos que preconizan recortes de servicios sociales y de procedimientos de la Administración alegando que hay que ajustar el presupuesto, supeditando la propia razón de ser de la Administración a un instrumento que siempre debió ser complementario, y no imponente. El dinero jamás debería servir de restricción a la aspiración del Estado de armonizar la vida de sus ciudadanos. Pero, por desgracia, ocurre. Y cada vez más.

Se ha perdido la perspectiva. La riqueza es hoy el único objetivo de la sociedad, y todos los demás movimientos van orientados a servir dicho objetivo.

El problema, sin embargo, no radica simplemente en que la acumulación de riqueza sea el fin último de cada uno de nosotros. Ese simple hecho ya es dramático. Pero más dramático y luctuoso resulta el hecho de que la acumulación de riqueza ni siquiera sea algo democrático y que, por tanto, nos corresponda a todos.

Esa discriminación la defienden nuestros representantes políticos. Y la defienden no con palabras, pero sí con gestos y con hechos, usurpándonos derechos sociales, laborales y económicos que habíamos adquirido para garantizar que los mayores creadores de riqueza mantengan o incrementen el ritmo de crecimiento. Luego nuestros representantes no se plantean el que dicho incremento repercuta nuevamente en la sociedad. Eso es demasiado osado.

Las multinacionales, en especial del sector bancario y derivados, han forzado a los gobiernos de Europa a lo que alguien, en una fantástica definición, acuñó como “socializar las pérdidas y privatizar las ganancias”. En efecto, aquellos grandes déficits, aun cuando no suponían riesgos graves para las empresas que lo padecían, han sido trasladados al erario público, que sufragamos todos, a través de ayudas, subvenciones y préstamos a bajo interés. Cuando estas empresas han recuperado el aliento, ninguna administración les ha exigido nada en contraprestación.

Un ejemplo es el rescate al sector bancario, vergonzoso en el fondo y moralmente delictivo en las formas, asegurando una capitalización de las entidades a la par que éstas impedían el acceso al crédito. La consecuencia fue un empobrecimiento general de la población y de las pequeñas empresas, una ola destructora de empleo y un incremento de los embargos a familias hipotecadas. Quizá este último elemento fuera el decisivo. Pero no daré pistas. Dejaré que cada uno, como yo, se monte su propia película.

Otro ejemplo es el de Telefónica. Privatizada de forma canallesca a finales del siglo pasado, anunció el despido de seis mil trabajadores a la par que celebraba el beneficio más alto jamás conseguido por una empresa española: diez mil millones de euros. Posteriores negociaciones con los sindicatos dieron excelentes resultados: los despidos pasaron de seis mil a ocho mil seiscientos. Y una parte de esos despidos serán sufragados por el erario público; o sea, por nosotros.

Todo esto demuestra la manipulación gravísima a la que ha sido sometido el dinero en su definición más básica. No es un instrumento para indicar la riqueza acumulada, sino que es un instrumento para detentar el poder que se tiene de cara a las instituciones políticas; es algo así como una demostración de fuerza de un ejército sublevado frente a la legalidad vigente, pero disimuladamente y entre bambalinas. Y lo que es peor: asumido con resignación.

Una vez dije que el dinero me daba asco. Luego de notar caras algo contrariadas en mis interlocutores, maticé: no es que lo rehuya; sería idiota si lo hiciera. Lo que ocurre es que no tengo hambre de acumular dinero por gusto. No lo necesito; ni siquiera le veo el beneficio real. Soy consciente de que a más dinero, más libertad –y eso es lo terrorífico–, pero he aprendido dos cosas fundamentales que me permiten, efectivamente, afirmar que el dinero “me da asco”: que se puede ser feliz y alcanzar miles de metas sin gastar más dinero que el necesario para subsistir, y que rechazar el dinero como forma de describirnos a nosotros mismos reduce nuestra propia corrupción y nos higieniza mentalmente.

Si todos pensáramos así, otro gallo nos cantaría.

lunes, 4 de abril de 2011

Tres semanas

TEPCO ha conseguido en tres semanas lo que ni los ecologistas ni otros grupos de presión habían logrado en lustros: que variara mi opinión respecto a la energía nuclear.

TEPCO (Tokyo Electric Power Company) es la operadora de la central nuclear de Fukushima, gravemente afectada en sus sistemas eléctricos tras el tsunami del pasado 11 de marzo. La falta de refrigeración ocasionó graves desperfectos en cuatro de sus seis reactores atómicos y varias explosiones, que se presuponían externas a las estructuras de contención, dañaron éstas severamente, lo que ha provocado un vertido continuo de elementos radiactivos al medio ambiente.

Y ese vertido continuará.

Mantengo mi argumento: la energía nuclear no es insegura. Es peligrosa, pero no es insegura. Es peligrosa como es peligroso ir en coche o caminar por la calle. Pero nada de esto es inseguro si se toman las medidas preventivas correspondientes.

Claro, que en caso de que ocurra un accidente imprevisible o inevitable, las medidas preventivas han de dar paso a las medidas correctoras, que deben ser rápidas y eficaces.

Si uno camina por la calle, no puede evitar que le caiga una maceta; eso es responsabilidad del inquilino que puso, de forma negligente, una plantita en el balcón. Podemos ser previsores y caminar a una distancia prudencial de la fachada, pero nunca podremos evitar que se caiga la maceta.

Si la maceta, desafortunadamente, cae y nos impacta, los medios sanitarios tienen que actuar con presteza y eficiencia para que el daño sufrido no derive en consecuencias graves a largo plazo, o en una condición irreversible como pudiera ser una parálisis irrecuperable o la propia muerte. Si la ambulancia tarda en llegar por un protocolo irresponsable o si los sanitarios no practican las medidas adecuadas por una mala formación o por dejadez, las consecuencias pueden ser catastróficas.

En Fukushima ha habido una cascada de acontecimientos graves, gravísimos. TEPCO ocultó información. Mucha información. Tanto que sólo se reconocieron “leves” escapes radiactivos cuando aparecieron los primeros contingentes internacionales de expertos. El gobierno japonés está en estos días (¡Tres semanas después!) sopesando la posibilidad de acudir a la zona, y recientemente se han encontrado dos cadáveres de lo que fueron operarios de la central. Ambos yacían en una zona fuertemente radiactiva. A todo eso merece la pena añadir las lecturas erróneas de radiación en distintas zonas de la central (¿cómo puede una empresa especializada en la explotación de un reactor nuclear equivocarse en las mediciones?).

TEPCO no ha hecho ningún favor al sector nuclear. El gobierno japonés, que tanto había apostado a favor de este tipo de generación, tampoco. El OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica, dependiente de la ONU) también ha actuado con complicidad en torno a este asunto.

Uno, que no es bobo, se dio cuenta hace ya muchos días que no podía deparar nada bueno el hecho de que una empresa privada, en ese caso TEPCO, se hiciera cargo de las labores de subsanación de los daños y eventual descontaminación. En otros países, como España, eso correría a cargo del Estado, quien luego cargaría la factura correspondiente a los responsables, determinados éstos mediante juicio. En Japón, no. Pero es que en Japón también se ha demostrado que si el Gobierno hubiera asumido directamente las riendas de la operación, el resultado sería igual de catastrófico que es hoy.

Miremos hacia atrás. Miremos a 1986. Entonces, Chernóbil estuvo 17 días emitiendo altísimas cantidades de radiación a la atmósfera. Fukushima lleva 23 días, y las medidas correctoras no han llegado. Lo más cercano que han hecho ha sido tratar de tapar una grieta que vierte agua radiactiva al mar, y ha fallado.

El 13 de mayo de 1986 comenzó la construcción del sarcófago que cubre el reactor número cuatro de Chernóbil. Éste quedó concluido 206 días después, es decir, el 5 de diciembre de ese mismo año. Durante ese tiempo la radiación emitida había descendido mucho.

En Fukushima, sin embargo, no se aprecian avances significativos.

Reconozco que estoy siendo ventajista. La Unión Soviética sacrificó miles de vidas. Se dice que 600 mil personas participaron de algún modo en La Zona, de las cuales se estiman entre dos mil y quince mil muertos, y cerca de 150 mil personas con algún tipo de lesión por radiación. Pero Chernóbil era nuevo. Nunca antes había habido un escape radiactivo de tal magnitud y con consecuencias tan internacionalizadas.

Ahora, 25 años después, Fukushima tendría que haber servido para que la industria nuclear demostrara que había aprendido de Chernóbil y que estaba en disposición de evaluar y actuar con contundencia ante este tipo de acontecimientos. Es evidente, sin embargo, que no ha habido un aprendizaje significativo. Tantos esfuerzos, tanto dinero, tantas vidas invertidas en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, para que Japón, ese país tan avanzado (¡Je!) caiga en la misma trampa, esta vez con el agravante de que es una empresa privada, con todo lo que ello significa, quien se está haciendo cargo de los trabajos.

Hoy por hoy empiezo a renegar de la política nuclear actual. Sólo la aceptaré en los casos en que el Estado sea el titular de la planta y la operadora ejerza como mera concesionaria de las actividades de generación y comercialización de la energía producida, pero siempre bajo supervisión del Estado. Y aún así, tengo mis reservas.

lunes, 21 de marzo de 2011

¿Por qué los plátanos son radiactivos?

El gráfico de dosis relativa de radiactividad aparecido ayer en io9 sirvió para tranquilizar, pero también generó nuevas preguntas, como por ejemplo: "¿por qué recibes dosis de radiación cuando te comes un plátano?"

El gráfico, creado por XKCD's Randall Munroe, fue ideado para mostrar a la gente el daño real de los escapes radiactivos de la central nuclear japonesa de Fukushima, que fueron noticia en estos días. El contacto con sustancias radiactivas es, realmente, parte de las actividades cotidianas como tomar un vuelo, dormir junto a alguien o comer un plátano. Pero... espera. Seguramente volar o hacerse radiografías exponga a la gente a radiación, pero... ¿comer un plátano? ¿cómo? Seguro que la dosis es baja (un plátano te expone sólamente a una diez millonésima de Sievert) pero debe haber algo en ellos para que aparezcan en el gráfico.

Resulta que el uso de plátanos para medir dosis de radiactividad tiene precedentes. Existe un nombre para ello: Dosis Equivalente en Plátano ([i]Banana Equivalent Dose[/i], BED, en inglés). La BED fue inventada casi para lo mismo que el gráfico que nos ocupa. Te ayuda a valorar el peligro en perspectiva, especialmente cuando tiene que ver con comida y con radiación, pero la BED no es aleatoria. Hay algunos alimentos que son radiactivos por naturaleza, y el plátano es el ejemplo más extremo.

El elemento que hace que los plátanos sean radiactivos es un isótopo de potasio. El Potasio-40 (K-40) supone, aproximadamente, un 0,01 por ciento del potasio total. Tiene un período de semidesintegración de 1.250 millones de años, lo que significa, prácticamente, que es infinito. El K-40 decae de dos formas posibles. El 89% de las veces uno de sus neutrones decae en un protón, convirtiendo el potasio en calcio. Cuando esto ocurre, emite una partícula beta (un electrón). El otro 11% de las veces el potasio decae por la captura de un electrón y volviendo uno de sus protones en un neutrón. Cuando esto ocurre se emite radiación gamma (radiación de mucha intensidad). La exposición a mucha radiación beta o gamma puede provocar enfermedad aguda por radiación y muchas posibilidades de cáncer.

Los plátanos registran unos 14 decaimientos por segundo, una tasa medible con contadores Geiger comerciales. Esto podría parecer mucho, pero es necesario consumir alrededor de cinco millones de plátanos de una sentada para sufrir enfermedad por radiación (y con el cuerpo lleno de potasio, ya que es un elemento esencial). Cualquier alimento que tenga mucho potasio tendrá el mismo portentaje de K-40 radiactivo. La sal comercial tiene K-40 en ella, y las bolsas de dichas sales son usadas en colegios para experimentar cómo se mide la radiación.

Otros alimentos radiactivos incluyen las papas, las nueces (especialmente nueces brasileñas) y los frijoles. Por tanto, la comida radiactiva perfecta sería un guiso de papas con frijoles, y plátano con nueces de brasil de postre.


Traducido por un servidor de aquí: http://io9.com/#!5783811

miércoles, 16 de marzo de 2011

Pues va a ser que no eran pocos los errores

Fukushima es un calco de otras grandes tragedias. Es casi una norma que este tipo de catástrofes se inicie con una valoración que es corregida continuamente y cuyo resultado final nada tiene que ver con lo que se estimaba en un principio. Algunos desastres tienen un final feliz, y descubren un balance optimista; otras acumulan nuevos y malos datos que van empeorando la situación.

El caso japonés responde a la segunda vertiente. Hace cinco días ocurrió el terremoto, y cuatro y medio desde las primeras noticias de los problemas en la central de Fukushima. Las noticias exigían atención, guardia y paciencia, algo que los medios no quisieron respetar, supongo que por querer cumplir con su cometido informativo.

Los datos con los que cuento hoy son muy distintos de aquéllos que surgían hace 48 horas. La información que ahora surge de las autoridades niponas dibuja un panorama muchísimo más dramático que el que ayer o anteayer vislumbrábamos.

Todo hace indicar que hay una fuga radiactiva de un caudal importante. Tanto que anoche tuvieron que ser evacuados temporalmente los 50 ingenieros encargados de enfriar definitivamente los cuatro reactores afectados. Si bien ya están otra vez trabajando, esa situación deja entrever algo que no se había comunicado con anterioridad, y es el hecho de que hay más estructuras de contención dañadas de las que se ha venido comentando en un principio.

Hay que señalar una cosa: no es fácil evaluar los daños en una zona en la que el acceso es imposible por cuestiones médicas, pero sí queda claro que lo que se ha venido diciendo del estado de la central dista mucho de la gravedad que hoy se palpa. Va a ser cierto aquello que (en mi opinión, muy imprudentemente) decía el presidente de la autoridad nuclear francesa de que Japón estaba ocultando información.

No señalo a Japón en el actual escenario. Las autoridades tienden, en efecto, a ocultar determinadas informaciones que puedan dañarle en un momento puntual, pero aquí estamos hablando de una sucesión de catástrofes en las que la reputación vale muy poco –estamos hablando de políticos, sí, y eso puede variar el prisma de una forma escandalosa–, pero si bien las autoridades viven del poder, y el poder ahora mismo está garantizado en tanto la población ha de encomendarse a lo que decidan los gobernantes, hay otros entes cuya supremacía sí se ve dañada. Hablo de la propietaria de la central, Tokyo Electric Power Company (TEPCO).

TEPCO ha ocultado información, quizá vital, a las autoridades. Eso queda escenificado en una pregunta desesperada del primer ministro nipón: “¿Qué demonios pasa?”, al enterarse por la prensa de la primera explosión. Una ocultación de información a estos niveles refleja dos grandes problemas: el primero, más simbólico, el de la pérdida de credibilidad; el segundo, el más práctico y grave, el de la pérdida de un tiempo precioso que podría haberse invertido en colaboración con las autoridades (nacionales o extranjeras) en la lucha contra las consecuencias del accidente.

Con gestos como el de TEPCO es normal que florezca el movimiento antinuclear. La falta de información, el aparente oscurantismo y la tradicional confianza que el sector nuclear tiene con sus socios hace despertar un halo de desconfianza que gana muchos adeptos entre la población civil cada vez que ocurre un incidente.

Hay un precedente, de la misma empresa y del mismo escenario. En 2007 hubo un terremoto que afectó a la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa. La incidencia fue mucho menor, implicando “únicamente” el vertido de agua contaminada al mar durante dos días. La radiación vertida fue mínima, prácticamente sin consecuencias más allá de la mera alarma social que hubiera provocado, pero TEPCO ocultó la información durante un tiempo. De esto no sólo se hizo eco el gobierno japonés poco después, sino que también llegó a Estados Unidos y, cómo no, a WikiLeaks.

Resulta confuso que el gobierno japonés haya mantenido a TEPCO como operador nuclear sin siquiera purgar ni una de las responsabilidades. Es más: autoridades y empresa se congratulaban de que Kashiwazaki-Kariwa, hubiera soportado un seísmo, entonces, de escala 6’8. Mucho me temo que hoy están pagando las consecuencias de haber querido festejar lo que entonces debieron castigar.

martes, 15 de marzo de 2011

Desastre informativo

Me acabo de quedar helado con las barbaridades que acaba de soltar un periodista por la radio. En este caso se trata de Pablo Díez, de Punto Radio y ABC, pero seguramente ocurra lo mismo con casi cualquier otro periodista. Y en sólo cinco minutos. Desgrano:

"Japón ha estado tratando de minimizar las consecuencias de la catástrofe".

Falso. Japón ha estado tratando de evitar las consecuencias de la catástrofe. No se puede minimizar algo que no ha ocurrido.

Comentario: datos de 18 horas posteriores a esta información desvelan que TEPCO, la operadora, sí ha cometido algunas ocultaciones graves de información a las autoridades niponas y a otros organismos nacionales e internacionales.

"Al final se han visto obligado a reconocer la existencia de fugas radiactivas"

Falso. Falsísimo. Japón ha tenido que reconocer hoy la existencia de fugas radiactivas porque las fugas radiactivas ocurrieron hoy. Ni ayer ni antes de ayer. Hoy.

"De los seis reactores, cuatro han explotado"

Falso. Técnicamente los reactores no han explotado, sino que lo han hecho instalaciones asociadas a los mismos, pero si queremos hablar de explosiones en los reactores, hay que hablar de tres. Los reactores 4, 5 y 6 estaban en mantenimiento en ese momento.

"Se han derrumbado las protecciones de hormigón y ha quedado a la vista el acero, lo que ha provocado las fugas"

Gravísimo error. Justamente se derrumbó la barrera externa de los reactores, pero ni siquiera es la más importante. En los reactores 1 y 3 aguantaron sus respectivos edificios de contención. En el reactor 2, no, y eso justifica exactamente que haya habido fugas, pero sólo del reactor 2.

Repito: me quedo absolutamente helado. Siempre he tenido en cuenta que un periodista no puede controlar todo lo que rodea a los temas que trata. Lo que no pensaba es que fueran capaces de moverse con tal imprudencia y albedrío, ignorando conceptos tan fundamentales y tan bien documentados.

Puede que esto sea un desastre nuclear, pero no me quedan dudas de que es, sobre todo, un desastre informativo.

Mejor técnica, mejor respuesta, mismos errores

Fukushima no ha desencadenado una tragedia porque su tecnología es notoroamente más segura que la de Chernobil y porque se ha llevado a cabo una respuesta inmediata muy buena, en gran parte aprendida tras los muchos errores cometidos en Chernobil.

Sin embargo hay algo en lo que se sigue fallando: la psicosis. Una de las mayores críticas a las autoridades soviéticas, aparte del oscurantismo, fue el hecho de no informar debidamente sobre qué era la radiación, qué riesgos tenía y a qué dosis era peligrosa. Los habitantes de Pripiat fueron muy irradiados, pero gran parte de ellos no parecían haber llegado a dosis peligrosas. Según las lecturas en la ciudad, los habitantes habrían muerto tras permanecer en torno a ocho días en la ciudad, pero fueron evacuados pasadas 48 horas.

Esa evacuación se hizo entre el miedo y la siembra del terror. Se les prometió que en tres días volverían a sus casas, pero ya en destino (Kiev, Moscú, etcétera) fueron amedrentados por las autoridades.

Muchos murieron de cánceres fatales. Otros padecen graves enfermedades asociadas a la radiación. Sin embargo hay habitantes en la zona de exclusión que siguen sanos. Habitantes que ignoraron a las autoriades, regresaron a sus casas y han convivido más de 20 años con la radiación, comiendo frutas contaminadas, bebiendo agua irradiada y respirando partículas radiactivas.

La antroponomía tiene mucho que decir en ese aspecto, pero no menos importante es la fortaleza psicológica. Aquéllos a los que convencieron de que estaban contaminados murieron por efecto de la radiación, y posiblemente también por la debilidad que en el cuerpo les produjo la depresión. Quienes, por su parte, no recibieron tan lúgubre mensaje, permanecieron fuertes e impasibles. Algunos, efectivamente, sobreviven. Otros fueron fulminados por cánceres y otros males, pero no entre un aura de pesimismo y depresión, sino con su cuerpo más capacitado para luchar contra lo que se venía. Tal vez algunos de los supervivientes hayan, incluso, eliminado algún tumor en fase temprana.

Se corre ahora el riesgo de que Japón viva una situación similar. Veo fotos de niños, madres y padres siendo sometidos a los tests radiológicos con medidores geiger, centrando la mirada en sus caras de terror, y me sobrecojo. No por el momento, sino por el futuro. ¿Cuántos de esos niños, de esas madres, de esos padres, vivirían el resto de sus días sintiéndose marcados por un estigma nuclear que, tal vez, ni siquiera padezcan?

Se suceden de nuevo los errores. En materia psicológica siguen sin aprender.

domingo, 13 de marzo de 2011

En Japón ha de nacer la humanidad

En Japón pueden haber muerto miles, decenas de miles, cientos de miles de humanos. Pero ahora mismo debe nacer la humanidad. Debe surgir ese espíritu que tantas veces nos abandona, en el que abandonamos los números y nos centramos en las personas. En Japón hace falta sobrevivir, y hace falta sobrevivir con todo lo que esté al alcance de la mano.

La prioridad absoluta debe centrarse en tres ejes:

  • Recomendaciones, acciones e instrucciones para garantizar la supervivencia individual y de los pequeños colectivos.
  • Garantizar, en la medida en que sea posible, que no existan más elementos externos que puedan atentar contra la supervivencia.
  • Estudiar los planes necesarios para recuperar el ritmo de trabajo anterior a la catástrofe.

El orden es lo de menos. O mejor dicho, hay que trabajar en los tres frentes a la vez. Se habla de la crisis política en Japón, se habla de la destrucción, se habla de las centrales nucleares... pero no se tiene en cuenta que todo ello es un ejercicio numérico, en el que se cuantifica todo (los apoyos que tiene el Gobierno, el coste de los daños, la conservación de las plantas atómicas...) pero se olvidan de las personas, que, en estos momentos, ni entienden ni querrán entender de números.

Recomendaciones, acciones e instrucciones para garantizar la supervivencia individual y de los pequeños colectivos

Está muy bien eso de cuantificar los muertos y los desaparecidos. Es necesario para conocer los costes humanos y económicos (en término de pérdida de productividad) que asolará a Japón en estas fechas y en tiempos próximos.

Pero hay otras prioridades. El huracán Katrina dejó una lección en Nueva Orleans: hay que dar instrucciones precisas a la población para evitar las epidemias derivadas de la contaminación biológica del agua por los cadáveres que en ella se descompongan.

Igualmente es necesario que las personas, como entes individuales, y las familias y pequeñas comunidades tengan a su alcance todo lo necesario para sobrevivir. Hace falta información y material. El Estado deberá trasladarlos, si así se requiere, sin importar si dispondrán de casa o no en su lugar de destino; seguro que hay algún lugar público u hogares hospitalarios donde alojarlos unos pocos días mientras se busca un hospedaje válido.

Hace falta establecer vías adecuadas de comunicación y mantener a la población informada y bien informada, pero con mensajes optimistas. Los japoneses no pueden hundirse moralmente por expectativas derrotistas. Hace falta que se vean amparados por las autoridades y que éstas fomenten la buena sintonía entre todos los japoneses, para que la ayuda mutua libere al Estado de la necesidad de establecer complicados programas de ayuda y apoyo.

Garantizar, en la medida en que sea posible, que no existan más elementos externos que puedan atentar contra la supervivencia

Aquí entran en juego las nucleares, pero no es lo único. Hace falta refrigerarlas para que dejen de ser un estorbo en las tareas de rescate y reconstrucción. Puede ser que usar agua del mar inutilice las instalaciones para siempre, pero si hay que hacerlo así habrá que llevarlo a cabo. Es mejor perder una central nuclear amortizada (o no) que perder más tiempo en ellas. Ya habrá dinero para repararla o para construir otra, si fuera necesario.

También hay que procurar una adecuada vigilancia de otras zonas peligrosas, como lugares públicos contaminados, por ejemplo, con agua infestada, con productos químicos o con otros elementos. Hay que prevenir a la población, elaborar mapas de contaminación y peligrosidad y dar éstos a los medios de comunicación, junto con una formación adecuada, para que transmitan un mensaje tranquilizador y a la vez enérgico, de modo que la evitación de riesgos sea radiada por televisión, radio, prensa y todos los demás métodos de comunicación posibles.

Igualmente las autoridades deberán controlar que no existan instalaciones potencialmente peligrosas. Hablo de infraestructuras, construcciones y entornos naturales. Ninguno de ellos debe constituir un peligro, y si lo son, hay que evitar que merodeen personas. Es necesario un gran contingente humano para trazar un mapa de peligrosidad, de modo que esa información quede plasmada y pueda ser reutilizada cuantas veces sea necesario.

Estudiar los planes necesarios para recuperar el ritmo de trabajo anterior a la catástrofe

El salvamento es necesario, pero no menos importante lo es la reconstrucción. Ésta debe iniciarse al final, pero hay que planificarla desde ya. El Estado no puede dar síntomas de estar yendo a remolque de la situación (aunque sea inevitable). Debe trabajar ya para recuperar todo lo perdido, y debe planificarlo de inmediato.

Es necesario que la reconstrucción no esté dirigida, únicamente, por el objetivo económico. Los psicólogos deben aportar sus conocimientos para aconsejar sobre qué, cuándo, cómo y dónde reconstruir para reducir el impacto emocional que podrá asolar a la población en los próximos años.

Esa reconstrucción, además, debe permitir que se recupere la rutina, que las personas se sigan sintiendo personas, que los números sean sólo parte de los informes y no de las acciones.

En Japón ha de nacer la humanidad para que los humanos que quedan vivos no mueran definitivamente.