lunes, 4 de abril de 2011

Tres semanas

TEPCO ha conseguido en tres semanas lo que ni los ecologistas ni otros grupos de presión habían logrado en lustros: que variara mi opinión respecto a la energía nuclear.

TEPCO (Tokyo Electric Power Company) es la operadora de la central nuclear de Fukushima, gravemente afectada en sus sistemas eléctricos tras el tsunami del pasado 11 de marzo. La falta de refrigeración ocasionó graves desperfectos en cuatro de sus seis reactores atómicos y varias explosiones, que se presuponían externas a las estructuras de contención, dañaron éstas severamente, lo que ha provocado un vertido continuo de elementos radiactivos al medio ambiente.

Y ese vertido continuará.

Mantengo mi argumento: la energía nuclear no es insegura. Es peligrosa, pero no es insegura. Es peligrosa como es peligroso ir en coche o caminar por la calle. Pero nada de esto es inseguro si se toman las medidas preventivas correspondientes.

Claro, que en caso de que ocurra un accidente imprevisible o inevitable, las medidas preventivas han de dar paso a las medidas correctoras, que deben ser rápidas y eficaces.

Si uno camina por la calle, no puede evitar que le caiga una maceta; eso es responsabilidad del inquilino que puso, de forma negligente, una plantita en el balcón. Podemos ser previsores y caminar a una distancia prudencial de la fachada, pero nunca podremos evitar que se caiga la maceta.

Si la maceta, desafortunadamente, cae y nos impacta, los medios sanitarios tienen que actuar con presteza y eficiencia para que el daño sufrido no derive en consecuencias graves a largo plazo, o en una condición irreversible como pudiera ser una parálisis irrecuperable o la propia muerte. Si la ambulancia tarda en llegar por un protocolo irresponsable o si los sanitarios no practican las medidas adecuadas por una mala formación o por dejadez, las consecuencias pueden ser catastróficas.

En Fukushima ha habido una cascada de acontecimientos graves, gravísimos. TEPCO ocultó información. Mucha información. Tanto que sólo se reconocieron “leves” escapes radiactivos cuando aparecieron los primeros contingentes internacionales de expertos. El gobierno japonés está en estos días (¡Tres semanas después!) sopesando la posibilidad de acudir a la zona, y recientemente se han encontrado dos cadáveres de lo que fueron operarios de la central. Ambos yacían en una zona fuertemente radiactiva. A todo eso merece la pena añadir las lecturas erróneas de radiación en distintas zonas de la central (¿cómo puede una empresa especializada en la explotación de un reactor nuclear equivocarse en las mediciones?).

TEPCO no ha hecho ningún favor al sector nuclear. El gobierno japonés, que tanto había apostado a favor de este tipo de generación, tampoco. El OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica, dependiente de la ONU) también ha actuado con complicidad en torno a este asunto.

Uno, que no es bobo, se dio cuenta hace ya muchos días que no podía deparar nada bueno el hecho de que una empresa privada, en ese caso TEPCO, se hiciera cargo de las labores de subsanación de los daños y eventual descontaminación. En otros países, como España, eso correría a cargo del Estado, quien luego cargaría la factura correspondiente a los responsables, determinados éstos mediante juicio. En Japón, no. Pero es que en Japón también se ha demostrado que si el Gobierno hubiera asumido directamente las riendas de la operación, el resultado sería igual de catastrófico que es hoy.

Miremos hacia atrás. Miremos a 1986. Entonces, Chernóbil estuvo 17 días emitiendo altísimas cantidades de radiación a la atmósfera. Fukushima lleva 23 días, y las medidas correctoras no han llegado. Lo más cercano que han hecho ha sido tratar de tapar una grieta que vierte agua radiactiva al mar, y ha fallado.

El 13 de mayo de 1986 comenzó la construcción del sarcófago que cubre el reactor número cuatro de Chernóbil. Éste quedó concluido 206 días después, es decir, el 5 de diciembre de ese mismo año. Durante ese tiempo la radiación emitida había descendido mucho.

En Fukushima, sin embargo, no se aprecian avances significativos.

Reconozco que estoy siendo ventajista. La Unión Soviética sacrificó miles de vidas. Se dice que 600 mil personas participaron de algún modo en La Zona, de las cuales se estiman entre dos mil y quince mil muertos, y cerca de 150 mil personas con algún tipo de lesión por radiación. Pero Chernóbil era nuevo. Nunca antes había habido un escape radiactivo de tal magnitud y con consecuencias tan internacionalizadas.

Ahora, 25 años después, Fukushima tendría que haber servido para que la industria nuclear demostrara que había aprendido de Chernóbil y que estaba en disposición de evaluar y actuar con contundencia ante este tipo de acontecimientos. Es evidente, sin embargo, que no ha habido un aprendizaje significativo. Tantos esfuerzos, tanto dinero, tantas vidas invertidas en la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, para que Japón, ese país tan avanzado (¡Je!) caiga en la misma trampa, esta vez con el agravante de que es una empresa privada, con todo lo que ello significa, quien se está haciendo cargo de los trabajos.

Hoy por hoy empiezo a renegar de la política nuclear actual. Sólo la aceptaré en los casos en que el Estado sea el titular de la planta y la operadora ejerza como mera concesionaria de las actividades de generación y comercialización de la energía producida, pero siempre bajo supervisión del Estado. Y aún así, tengo mis reservas.