Fukushima es un calco de otras grandes tragedias. Es casi una norma que este tipo de catástrofes se inicie con una valoración que es corregida continuamente y cuyo resultado final nada tiene que ver con lo que se estimaba en un principio. Algunos desastres tienen un final feliz, y descubren un balance optimista; otras acumulan nuevos y malos datos que van empeorando la situación.
El caso japonés responde a la segunda vertiente. Hace cinco días ocurrió el terremoto, y cuatro y medio desde las primeras noticias de los problemas en la central de Fukushima. Las noticias exigían atención, guardia y paciencia, algo que los medios no quisieron respetar, supongo que por querer cumplir con su cometido informativo.
Los datos con los que cuento hoy son muy distintos de aquéllos que surgían hace 48 horas. La información que ahora surge de las autoridades niponas dibuja un panorama muchísimo más dramático que el que ayer o anteayer vislumbrábamos.
Todo hace indicar que hay una fuga radiactiva de un caudal importante. Tanto que anoche tuvieron que ser evacuados temporalmente los 50 ingenieros encargados de enfriar definitivamente los cuatro reactores afectados. Si bien ya están otra vez trabajando, esa situación deja entrever algo que no se había comunicado con anterioridad, y es el hecho de que hay más estructuras de contención dañadas de las que se ha venido comentando en un principio.
Hay que señalar una cosa: no es fácil evaluar los daños en una zona en la que el acceso es imposible por cuestiones médicas, pero sí queda claro que lo que se ha venido diciendo del estado de la central dista mucho de la gravedad que hoy se palpa. Va a ser cierto aquello que (en mi opinión, muy imprudentemente) decía el presidente de la autoridad nuclear francesa de que Japón estaba ocultando información.
No señalo a Japón en el actual escenario. Las autoridades tienden, en efecto, a ocultar determinadas informaciones que puedan dañarle en un momento puntual, pero aquí estamos hablando de una sucesión de catástrofes en las que la reputación vale muy poco –estamos hablando de políticos, sí, y eso puede variar el prisma de una forma escandalosa–, pero si bien las autoridades viven del poder, y el poder ahora mismo está garantizado en tanto la población ha de encomendarse a lo que decidan los gobernantes, hay otros entes cuya supremacía sí se ve dañada. Hablo de la propietaria de la central, Tokyo Electric Power Company (TEPCO).
TEPCO ha ocultado información, quizá vital, a las autoridades. Eso queda escenificado en una pregunta desesperada del primer ministro nipón: “¿Qué demonios pasa?”, al enterarse por la prensa de la primera explosión. Una ocultación de información a estos niveles refleja dos grandes problemas: el primero, más simbólico, el de la pérdida de credibilidad; el segundo, el más práctico y grave, el de la pérdida de un tiempo precioso que podría haberse invertido en colaboración con las autoridades (nacionales o extranjeras) en la lucha contra las consecuencias del accidente.
Con gestos como el de TEPCO es normal que florezca el movimiento antinuclear. La falta de información, el aparente oscurantismo y la tradicional confianza que el sector nuclear tiene con sus socios hace despertar un halo de desconfianza que gana muchos adeptos entre la población civil cada vez que ocurre un incidente.
Hay un precedente, de la misma empresa y del mismo escenario. En 2007 hubo un terremoto que afectó a la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa. La incidencia fue mucho menor, implicando “únicamente” el vertido de agua contaminada al mar durante dos días. La radiación vertida fue mínima, prácticamente sin consecuencias más allá de la mera alarma social que hubiera provocado, pero TEPCO ocultó la información durante un tiempo. De esto no sólo se hizo eco el gobierno japonés poco después, sino que también llegó a Estados Unidos y, cómo no, a WikiLeaks.
Resulta confuso que el gobierno japonés haya mantenido a TEPCO como operador nuclear sin siquiera purgar ni una de las responsabilidades. Es más: autoridades y empresa se congratulaban de que Kashiwazaki-Kariwa, hubiera soportado un seísmo, entonces, de escala 6’8. Mucho me temo que hoy están pagando las consecuencias de haber querido festejar lo que entonces debieron castigar.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar