martes, 15 de marzo de 2011

Mejor técnica, mejor respuesta, mismos errores

Fukushima no ha desencadenado una tragedia porque su tecnología es notoroamente más segura que la de Chernobil y porque se ha llevado a cabo una respuesta inmediata muy buena, en gran parte aprendida tras los muchos errores cometidos en Chernobil.

Sin embargo hay algo en lo que se sigue fallando: la psicosis. Una de las mayores críticas a las autoridades soviéticas, aparte del oscurantismo, fue el hecho de no informar debidamente sobre qué era la radiación, qué riesgos tenía y a qué dosis era peligrosa. Los habitantes de Pripiat fueron muy irradiados, pero gran parte de ellos no parecían haber llegado a dosis peligrosas. Según las lecturas en la ciudad, los habitantes habrían muerto tras permanecer en torno a ocho días en la ciudad, pero fueron evacuados pasadas 48 horas.

Esa evacuación se hizo entre el miedo y la siembra del terror. Se les prometió que en tres días volverían a sus casas, pero ya en destino (Kiev, Moscú, etcétera) fueron amedrentados por las autoridades.

Muchos murieron de cánceres fatales. Otros padecen graves enfermedades asociadas a la radiación. Sin embargo hay habitantes en la zona de exclusión que siguen sanos. Habitantes que ignoraron a las autoriades, regresaron a sus casas y han convivido más de 20 años con la radiación, comiendo frutas contaminadas, bebiendo agua irradiada y respirando partículas radiactivas.

La antroponomía tiene mucho que decir en ese aspecto, pero no menos importante es la fortaleza psicológica. Aquéllos a los que convencieron de que estaban contaminados murieron por efecto de la radiación, y posiblemente también por la debilidad que en el cuerpo les produjo la depresión. Quienes, por su parte, no recibieron tan lúgubre mensaje, permanecieron fuertes e impasibles. Algunos, efectivamente, sobreviven. Otros fueron fulminados por cánceres y otros males, pero no entre un aura de pesimismo y depresión, sino con su cuerpo más capacitado para luchar contra lo que se venía. Tal vez algunos de los supervivientes hayan, incluso, eliminado algún tumor en fase temprana.

Se corre ahora el riesgo de que Japón viva una situación similar. Veo fotos de niños, madres y padres siendo sometidos a los tests radiológicos con medidores geiger, centrando la mirada en sus caras de terror, y me sobrecojo. No por el momento, sino por el futuro. ¿Cuántos de esos niños, de esas madres, de esos padres, vivirían el resto de sus días sintiéndose marcados por un estigma nuclear que, tal vez, ni siquiera padezcan?

Se suceden de nuevo los errores. En materia psicológica siguen sin aprender.

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